La Edad de Piedra, el más largo y oscuro período de nuestro pasado, dejó en Asturias gran cantidad de restos y señales.
Desde el siglo XIX, naturalistas y arqueólogos comenzaron a descubrir esta primera etapa del hombre, que se inicia cuando se irguió y comenzó a utilizar sus manos para fabricar instrumentos minerales que facilitaran su vida, hasta que los perfeccionó gracias al descubrimiento del metal.
El territorio que luego recibirá el nombre de Asturias, fue poblado muy pronto por primitivos grupos humanos. Hachas, puntas de flecha, arpones, y otros materiales de piedra y hueso, nos unen a esos primeros protagonistas de nuestra historia, nos revelan aspectos de su vida y nos aproximan a los orígenes.
Orígenes que brillan también en las paredes de algunas cuevas, donde grabados y figuras llenos de belleza y misterio son la primera página de nuestro patrimonio monumental.
Utillaje, arte parietal, incluso, una cultura conocida internacionalmente como asturianense, hacen destacable nuestro arranque histórico.

Desde Picu del Castiellu, ¿como no iban a elegir este lugar para vivir?
En las cavernas.
La presencia de nuestros antepasados en nuestra comarca se remonta miles de años. Sus huellas más evidentes las encontramos en abrigos y cuevas desde época paleolítica. Decenas de cuevas conservan sus vestigios en arte mobiliar y en pinturas rupestres y grabados. Del Auriñaciense –hace de 30.000 a 26.000 años-, el Gravetiense –de 26.000 años a 22.000 años-, el Solutrense –de 22.000 años a 19.000 años- al Magdaleniense -19.000 años a 13.000 años-. Es el tiempo del homo sapiens, nuestro antepasado directo. Una treintena de cuevas conservan el legado de los artistas del Paleolítico Superior, especialmente del Solustrense y el Magdaleniense. En ellas, las hoy distinguidas como Patrimonio Mundial por la UNESCO en julio del año 2008: El Pindal (Ribadedeva), Tito Bustillo (Ribadesella), Llonín (Peñamellera Alta) y La Covaciella (Cabrales).
(En un futuro, entraremos un poco más en detalle con algunos de los lugares mencionados aquí, por ser los que se encuentran en nuestro entorno más cercano).
En el periodo Epipaleolítico, además del Aziliense –de 9.000 años a 7.500 años-, una nueva cultura surge en este territorio, el Asturiense desarrollada por pueblos cazadores recolectores que ocuparon las cuevas de esta parte del territorio durante cuatro mil años. Descubierta por el conde de la Vega del Sella en la cueva El Penicial (Nueva de Llanes) y posteriormente en la de La Riera (Posada), esta cultura se caracteriza por la acumulación de concheros y el uso del pico asturiense como utensilio para la recolección y consumo de moluscos. De este período son las primeras construcciones capaces de sobrevivir el paso del tiempo, ligadas a ritos funerarios, enterramientos en sepulcros megalíticos en los que la utilización de grandes piedras hicieron posible su permanencia a lo largo de milenios. Los Azules, en Cangas de Onís, el Molín de Gasparín, en Ribadedeva, o Peña Tu, en Llanes, son algunas muestras de estos enterramientos.
Con el Neolítico el avance cultural es importante. Se modifican las costumbres y aparecen nuevas técnicas entre las que se incluye la elaboración de vasijas de cerámica a la vez que se explotan recursos naturales como la madera. Aparecen entonces los monumentos megalíticos, dólmenes como el que alberga le ermita de Santa Cruz, en Cangas de Onís. Sin embargo, poco conocemos de la época de los metales, apenas algunas galerías mineras posteriormente utilizadas como lugar de enterramiento, o algunos castros como el del Picu El Castru, en Caravia, o estelas como la de Duesos en el mismo municipio, o de Abamía, en Cangas de Onís.

Vista desde el pueblo de Pimiango, donde nos encontramos con la cueva de El Pindal.
(Texto recopilado de los libros: “Piedras con encanto” – Guía del Patrimonio Monumental de la Comarca – y “La Historia de Asturias para los niños) de los cuales seguiremos echando mano).